El escenario se caldeó rápidamente: reclamos, gritos y tensiones marcaron el inicio. Mientras intentaban establecer el orden de exposiciones, los ánimos se exaltaron con demandas de presencia de ciertos ministros por parte de los opositores.
La presencia de cien diputados en las comisiones de Legislación General, Presupuesto, Hacienda y Asuntos Constitucionales delineó bandos claros. El kirchnerismo y la izquierda se alinearon como la oposición más combativa, mientras los libertarios, en un ejercicio de resistencia, observaban con resignación y evitaban la confrontación directa.
El presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, lamentaba el tono belicoso de la oposición, anticipando días intensos y la necesidad de negociar con sectores clave de la oposición para modificar el proyecto gubernamental. El desafío para los libertarios era evidente: apelar a la habilidad política para asegurar un dictamen mayoritario, enfrentándose al riesgo de una derrota si no ceden ante las observaciones de los aliados.
Con solo 38 diputados bajo su control y la necesidad de alcanzar 129 votos, los libertarios enfrentan una misión titánica. El tiempo apremia, con la discusión prevista para coincidir con una huelga sindical, lo que añade presión a la situación.
Entre bastidores, los movimientos son constantes para acercar posturas. Reuniones con representantes sindicales y tensiones internas en la oposición marcan el ritmo de las negociaciones. La diversidad de demandas, desde limitar las facultades legislativas al Ejecutivo hasta cambios en la legislación previsional y de retenciones, complica el panorama.
En este escenario fragmentado, los libertarios se ven forzados a una lucha constante, buscando el respaldo necesario mientras se enfrentan a un oficialismo que carece de una estrategia clara y padece la falta de interlocutores con el Gobierno. La incertidumbre sobre la disposición de Milei para negociar modificaciones complica aún más el panorama.
La resistencia opositora no solo se traduce en objeciones al proyecto, sino que también despierta críticas internas en los distintos bloques, como la UCR y Pro, que muestran disposición a colaborar, pero exigen claridad y precisiones.
El kirchnerismo, en su enfoque beligerante, parece jugar a favor de los libertarios al llevar el debate a la confrontación. Mientras tanto, tanto la UCR como Pro expresan desconcierto por la falta de apertura al diálogo por parte del Gobierno, demandando certezas sobre las reformas propuestas y la dirección del proyecto.
El Congreso se convierte así en un escenario de tensiones, donde la astucia política y la capacidad de negociación se vuelven cruciales para definir el destino de una ley que representa una apuesta de transformación gubernamental. El pulso político se intensifica, y el resultado de esta batalla aún está por verse.