La inflación de septiembre ha revelado una realidad innegable en Argentina: el tipo de cambio oficial no es el único motor tras el vaivén de precios en el país. Esta afirmación cobra especial relevancia en el contexto actual.
La estrategia de Sergio Massa de mantener estable el dólar mayorista en torno a los $366, tras el significativo salto del tipo de cambio del 22% registrado en agosto, buscaba frenar el incremento de precios. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. En agosto, la inflación ascendió a un 12.4%, mientras que en septiembre se elevó al 12.7%. Para octubre, los primeros cálculos de economistas sugieren que podría superar la barrera de los $1.000 si se tiene en cuenta el valor del dólar «blue». Gabriel Rubinstein, viceministro de Economía, sostiene una perspectiva distinta, afirmando que la inflación «consolida una baja en el ritmo mensual, descendiendo de un 15% en agosto a un 7.5% en las últimas cuatro semanas».
El dato de septiembre cobra una relevancia especial al considerar que las tarifas de servicios públicos más esenciales permanecieron estables. Los ajustes del mes solo afectaron a prepagas, transporte subterráneo y personal doméstico.
Hoy en Argentina, los precios están influidos por tres factores adicionales al dólar oficial y las tarifas que el Gobierno regula: se ven afectados por acontecimientos pasados, el comportamiento del dólar «blue» o las tasas de cambio alternativas, y las expectativas sobre lo que está por venir.
En lo que respecta al primer punto, la aceleración inflacionaria de agosto llevó a muchas empresas y profesionales a no poder posponer más los ajustes que habían evitado antes de las elecciones primarias. Hasta entonces, muchos especulaban con que un incremento de costos no encontraría demanda que respaldara el aumento. Sin embargo, la rápida escalada de precios que se desencadenó confirmó que la primera regla en tiempos de alta volatilidad es evitar pérdidas al fijar precios en el mercado. La decisión de compra vendrá luego. Entre agosto y septiembre, se observó una urgencia en el mercado por recuperar márgenes y no quedar rezagados, en una especie de «cada uno para sí» en términos de precios.
En segundo lugar, el dólar «blue» y las tasas financieras. En septiembre, todas las variantes del tipo de cambio aumentaron a un ritmo superior al de la inflación (el dólar «blue» lo hizo en un 8.8%). Sin embargo, desde el salto del 22% en el dólar oficial hace casi dos meses, el resto de las tasas ha permanecido notablemente por encima de la inflación y el tipo de cambio oficial: el dólar «blue» subió un 33%, el MEP un 31% y el CCL un 35%. Esto demuestra que tanto empresas como individuos ya no siguen de cerca el dólar oficial que Massa intentó estabilizar. También se confirma que el aumento del 22% que implementó el ministro en agosto resultó insuficiente.
Por último, las expectativas de futuro juegan un papel crucial. Los precios incorporan una dosis de anticipación, y este es el argumento racional del mercado para ajustar los ingresos y protegerse contra la inflación. En Argentina, esta práctica está arraigada en los contratos celebrados por individuos, empresas y el Gobierno. La incertidumbre sobre quién liderará la economía a partir de diciembre y si habrá una dolarización influirá en la inflación. Todos buscarán protegerse.
Si la inflación de septiembre superó a la de agosto, la de octubre podría ser aún mayor debido al aumento del dólar «blue» a $1.010. La consultora LCG sugiere un nuevo piso inflacionario tras los datos de septiembre.
El último informe del FMI, presentado esta semana en la Asamblea Anual, advierte que la inflación puede autoalimentarse, dificultando así la labor de la política monetaria para reducirla. Esto es especialmente relevante en contextos de alta inflación, cuando el comportamiento de empresas y personas sugiere que la inflación futura será persistentemente alta.
¿Está Argentina al borde de una hiperinflación? La discusión, en este momento, se torna casi académica. Como señaló recientemente el economista Roberto Frenkel, la definición de hiperinflación es un capricho estadístico basado en episodios ocurridos hace un siglo en Alemania. Hoy, la inflación actual impide celebrar contratos a 30 días, porque lo que ocurrió ayer no es un indicador fiable de lo que sucederá mañana. La inflación de septiembre ya es historia, y hoy es aún más alta que ayer. Las anclas, en estos tiempos, parecen estar ausentes.