La Confederación General del Trabajo (CGT) volvió a hacer uso del arma más poderosa en su arsenal histórico: el paro general. Este jueves 10 de abril se concretó la tercera huelga nacional contra el gobierno de Javier Milei, en lo que se perfila como un enfrentamiento sostenido entre un sindicalismo en pie de guerra y un oficialismo que promueve una reconfiguración profunda —y acelerada— del rol del Estado, las relaciones laborales y la matriz económica del país.

Impacto: una Argentina partida en dos realidades

La jornada de paro dejó una imagen clara: el país no se paralizó, pero sí se desaceleró. El nivel de adhesión fue dispar y mostró la fractura del mapa productivo, social y sindical argentino.

En el sector industrial, donde el trabajo registrado bajo convenio sigue siendo dominante, la medida tuvo una fuerte adhesión. Según cifras del gremio de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), la actividad industrial cayó un 85% respecto a un día habitual. Fábricas como Acindar, Techint y Siderca trabajaron con dotaciones mínimas o directamente suspendieron sus turnos.

En el transporte, el paro fue contundente en los ferrocarriles, donde no circuló ninguna línea: Roca, Sarmiento, Mitre, Belgrano Norte, Belgrano Sur y San Martín estuvieron completamente paralizadas. Lo mismo ocurrió con la red de subterráneos porteña. La situación fue diferente en el servicio de colectivos urbanos de corta distancia, donde el cumplimiento fue dispar, en parte por presiones gremiales cruzadas entre la UTA (que responde a la CGT) y sectores opositores. Aun así, empresas como DOTA y líneas del Grupo Plaza prestaron servicio durante casi toda la jornada. La Cámara Empresaria de Autotransporte de Pasajeros (CEAP) estimó que un 60% de las líneas del AMBA funcionaron al menos parcialmente.

Los aeropuertos, en cambio, fueron el rostro más visible del paro. Aerolíneas Argentinas, Flybondi y JetSmart cancelaron todos sus vuelos programados para el día, lo que afectó a más de 40.000 pasajeros. La Asociación del Personal Aeronáutico (APA), la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) y la Asociación de Técnicos (APTA) pararon en bloque.

En salud, los hospitales públicos atendieron solo urgencias, con guardias mínimas, debido a la adhesión de gremios como ATE Salud, CICOP y FesProSa. En educación, hubo disparidad: buena parte de las universidades públicas suspendieron clases (UBA, UNLP, UNSAM, UNR, entre otras), mientras que escuelas primarias y secundarias en varias provincias funcionaron con baja asistencia docente. El gremio CTERA adhirió al paro, pero no así los sindicatos docentes provinciales de Mendoza, Córdoba y Corrientes, lo que explica las diferencias regionales.

En el comercio, la actividad se mantuvo en niveles normales en shoppings, supermercados y cadenas de retail, mientras que en negocios de cercanía y ferias barriales se notó una caída en la actividad, sobre todo en zonas con fuerte presencia gremial o sin transporte público.

Una foto, dos relatos: la grieta sindical

Desde temprano, el Gobierno buscó contrarrestar la narrativa gremial. A las 8:30 de la mañana, el presidente Javier Milei encabezó una reunión de gabinete y posó junto a sus ministros en el Salón Eva Perón de la Casa Rosada, en una imagen difundida con la consigna “Hoy se trabaja”, replicada por funcionarios como Martín Menem y Patricia Bullrich, ministra de Seguridad.

Por la tarde, el vocero presidencial Manuel Adorni calificó al paro como un “fracaso de la casta sindical kirchnerista de los Moyano” y denunció que “el transporte fue frenado por dirigentes que viven en barrios privados, se mueven en autos importados y no toleran que los trabajadores salgan adelante por su cuenta”.

Además, el Gobierno difundió un comunicado con duros términos, acusando a la CGT de “extorsionar” al país y de “estar atrincherada en el nido de la casta sindical”. Allí también se presentó un dato polémico: según el Ejecutivo, “el salario promedio en diciembre de 2023 era de 300 dólares y en enero de 2025 superó los 1.100 dólares”, atribuyendo esa mejora a la política económica del oficialismo.

Por su parte, el cosecretario general de la CGT, Héctor Daer, reivindicó la medida como “contundente” y felicitó “a todos los trabajadores que decidieron sumarse, incluso con presiones y amenazas”. En su discurso destacó que el paro “se sintió en todos los sectores que mueven la economía del país” y señaló que “el emprendimiento estratégico de Vaca Muerta también paró”.

La central obrera hizo foco en el reclamo por el freno a la Ley Ómnibus, los decretos de desregulación económica, los intentos de reforma laboral sin consenso y la pérdida del poder adquisitivo del salario. Además, volvió a denunciar el uso de la línea 134 como “herramienta de espionaje y coerción”, aunque el Gobierno informó que recibió más de 800 denuncias por presiones sindicales durante el día del paro.

Contexto: una economía en tensión y un modelo en disputa

El paro se produce en un contexto económico tenso: con una inflación que acumuló 276% interanual a marzo de 2025, una caída del consumo del 17% en supermercados y un desplome de la actividad industrial del 12,4% interanual en febrero (según INDEC), la situación social se ha vuelto crítica. La pobreza alcanza al 57,4% de la población y la indigencia al 15,2%, de acuerdo al Observatorio de la Deuda Social de la UCA.

En ese marco, Milei insiste con su programa de ajuste fiscal —que incluyó la eliminación de subsidios al transporte y a la energía— y con una ofensiva liberalizadora que va desde la privatización de empresas públicas hasta la desregulación de los convenios laborales.

La CGT, por su parte, busca recuperar un rol protagónico después de años de fragmentación interna y pérdida de influencia. Este paro fue, en parte, una muestra de fuerza hacia adentro, ante la presión de sectores más combativos como los sindicatos de base, los movimientos sociales y los gremios universitarios.

Conclusión: un país que marcha, pero no en una sola dirección

El paro del 10 de abril dejó una conclusión evidente: la Argentina se mueve, pero no todos hacia el mismo lado. Mientras el oficialismo celebra cifras macroeconómicas en alza y superávit fiscal, la calle muestra signos de angustia, resistencia y fragmentación. La CGT, con sus límites a cuestas, demostró que aún tiene poder de convocatoria. El Gobierno, en cambio, apostó por minimizar el impacto y seguir adelante con su hoja de ruta.

Ambas posturas parecen irreconciliables. El desafío, sin embargo, es el mismo: cómo reconstruir un tejido social, laboral y político que permita que el conflicto —inevitable en democracia— no derive en una fractura irreversible.

Porque una cosa es parar un día. Otra, mucho más compleja, es poner en marcha un país