En un teatro colmado de peronistas, el viernes pasado en La Plata no se hablaba de otra cosa: Axel Kicillof debía definirse. Y fue uno de los suyos, desde la primera fila, quien rompió el protocolo y lanzó el grito que condensaba el deseo (y el hartazgo) de muchos: “¡Poné fecha!”. Lo que no gritó, pero sí se escuchó entre dientes fue aún más revelador: “Dejate de joder y decilo de una maldita vez”. El gobernador, con una sonrisa contenida y un dejo de cinismo, supo en ese instante que ya no había vuelta atrás.

Este lunes 7 de abril, Axel Kicillof firmó su propia ruptura con el kirchnerismo más ortodoxo al anunciar el desdoblamiento de las elecciones bonaerenses, una decisión que lo enfrenta abiertamente con Cristina Fernández de Kirchner y su hijo Máximo. No es un simple movimiento electoral: es una jugada política que reconfigura el tablero peronista en medio de una interna brutal y una estructura partidaria quebrada.

El gobernador definió que las elecciones provinciales serán el 7 de septiembre, despegadas de las nacionales previstas para el 26 de octubre. Además, anunció que enviará a la Legislatura un proyecto para suspender las PASO provinciales —originalmente fijadas para el 13 de julio— con el objetivo de evitar que los bonaerenses voten tres veces en un mismo año. Con esta maniobra, el mandatario no sólo se posiciona como actor central del nuevo peronismo, sino que desafía el poder de una Cristina que hasta había amenazado con ser candidata a diputada provincial por la Tercera Sección Electoral si se concretaba el desdoblamiento.

El anuncio de Kicillof echó por tierra el operativo relámpago que tejían Máximo Kirchner y Sergio Massa, quienes buscaban este mismo martes avanzar en Diputados con una modificación a un proyecto del massista Rubén Eslaiman para unificar los comicios. La movida contaba con el aval de legisladores libertarios —alineados con Javier Milei y con “los traidores” del bloque blue, como Carlos Kikuchi— y radicales cercanos a Facundo Manes. Pero Axel se les adelantó.

La decisión fue incubada en silencio. Según fuentes cercanas al mandatario, la charla definitoria ocurrió este mismo lunes al mediodía, en un nuevo encuentro con Massa. “Hay quiebres que no se pueden recomponer. Temas políticos y, sobre todo, personales”, habría sido el diagnóstico final del gobernador.

En la intimidad de su círculo político, Kicillof empieza a asumir un nuevo rol. El “pibe trosko” —como lo llamaba despectivamente Néstor Kirchner— ha madurado políticamente. Ya no quiere terminar como Daniel Scioli o Alberto Fernández: arrinconado, condicionado, sin margen y sin historia. En cambio, optó por resistir. Y jugar.

La reacción de Cristina Kirchner es todavía una incógnita. Desde su entorno se ratificó la amenaza de una posible candidatura legislativa en la provincia, pero su verdadero objetivo es conservar el control del PJ y disciplinar a quien hasta hace poco era visto como el heredero designado por ella misma. Para Kicillof, sin embargo, la relación está herida de muerte. Su diagnóstico es crudo: cree que Cristina terminará avalando la ofensiva de su hijo, que desde hace años busca desgastarlo y empujarlo al ostracismo político.

Del otro lado, el gobernador empieza a rearmar su tropa. Más de 45 intendentes peronistas —hartos de las imposiciones de La Cámpora— se encolumnarían detrás de su figura. En la otra vereda, el núcleo duro kirchnerista, encabezado por Máximo, comienza a evaluar medidas drásticas. Se habla incluso de una renuncia masiva de funcionarios camporistas del gabinete provincial, un déjà vu del operativo que Cristina le aplicó a Alberto Fernández en 2021 tras la derrota en las PASO.

Un ministro del gabinete bonaerense no dudó en sintetizar la situación con crudeza: “Axel está jugando de verdad, como Cristina amenaza con hacer. Ahora la pelota la tiene ella. Si quiere descender al sótano para ser candidata en la Tercera Sección, es una decisión personal. Pero ojo: en el GBA la gente no es boluda”.

La interna ya no se disimula. En el conurbano profundo, dos intendentes, uno afín a Máximo y otro leal a Kicillof, coinciden: “Esto recién empieza. Es el tramo final de la pelea, cuando se juega todo por el todo. Esto es un cambalache”.

El desdoblamiento no se puede anular desde la Legislatura. Es, en los hechos, un golpe en la mesa. Un punto de no retorno. Kicillof, quizás sin quererlo del todo, se ha convertido en la punta de lanza de un peronismo que busca romper con la verticalidad kirchnerista sin caer en el vacío. El tiempo dirá si esta jugada fue el inicio de su independencia o el preludio de su sacrificio político. Mientras tanto, en el peronismo bonaerense, el temblor apenas comienza